Texto 1 : ¿PARA QUE SIRVE EL ARTES? de John Carey - Capitulo 1 ¿Qué es una obra de Arte?
LIBRO:
¿PARA
QUE SIRVE EL ARTE?
JOHN CAREY
Capítulo Uno
¿QUÉ ES UNA OBRA DE ARTE?
“¿Qué es una
obra de arte?” es una pregunta simple, pero nadie ha podido encontrado
respuesta todavía., y quizá sea imposible hallar una única respuesta que nos
satisfaga a todos. Sin embargo eso es precisamente lo que intentaré hacer en
este capítulo.
Desde un
principio quisiera dejar en claro que de ahora en adelante, asumiré un punto de
vista secular. Vale decir que excluiré las hipótesis y opiniones imbuidas de fe
religiosas, no porque no respete la religión sino porque la presencia de
cualquier fe religiosa alteraría los términos del debate de manera fundamental
e impredecible. Si alguien cree en Dios- o, para el caso, en los dioses- la
respuesta a la pregunta “¿qué es una obra de arte?” dependerá de lo que ese
Dios o esos dioses decían… suponiendo, claro está, que tengan interese
artísticos. Hago está salvedad porque, según parece, algunos dioses no los
tienen. El criterio católico Jacques Maritain predijo que, en el último día, el
Dios cristiano quemará el Partenón, la catedral de Chartres, la Capilla Sixtina
y la misa en Do Menor para demostrarnos que nunca debimos buscar la vida eterna
en el arte. Ningún amante de las artes se comportaría de ese modo, y la
prohibición de Dios bíblico de toda imagen tallada y “similares” – Éxodo 20. 4-
sugiere una marcada antipatía hacia las artes visuales. No obstante el Dios
bíblico debe saber, más allá de toda duda, que es una verdadera obra de arte, dado que Él es, por definición
omnisciente. En consecuencia los debates cristianos sobre el arte supone la
existencia de ciertos valores artísticos absolutos y eternos. Aun cuando Dios
no haya otorgado su conocimiento a todos los mortales por igual. Pero en mí
análisis no daré por sentada la existencia de ningún absoluto nacido del
mandato divino.
Acabo de
decir que la pregunta “¿qué es una obra de arte?” es simple. Y el lector acaso
pensará que la respuesta también es simple. Obras de arte son “La Primavera”, Hamblet, la Quinta Sinfonía de Beethoven, y otras similares. La dificultad
radicaría, más bien definir que no es
una obre de arte. ¿Qué no puede serlo? Porque si no sabemos que no es arte, no podremos trazar los
límites que nos permitan qué lo es. Nuevamente, el lector quizá responde que
eso es muy fácil. Hay montones de cosas que no son obras de arte: el excremento
humano, por ejemplo. Aunque la respuesta suene convincente en principio, de
hecho sería una opción desafortunada. El artista italiano Piero Manzoni,
fallecido en 1963, publicó una edición de latas que contenían, cada una
30gramos de su propio excremento. Una de ella fue comprada por la Tate Gallery
y todavía está en su colección.
Muy bien
admitirá el lector, el excremento fue una mala idea… pero que me dicen del
espacio del vacío absoluto. Obviamente no puede ser una obra de arte, porque es
nada. Sin embargo, esto también podría cuestionarse. Yves Klein, uno de los
precursores del arte conceptual, presentó una exposición en Paris que consistía
en la galería completamente vacía. Entonces, el espacio puede ser arte.
Estoy seguro
de que no es necesario continuar dando ejemplos. El lector “al pan, pan y al vino, vino” que he imaginada hasta
ahora, convencido de que no es posible que ciertas cosas sean obras de arte,
podría sentirse frustrado indefinidamente y en cada ocasión. Podría aducir por
ejemplo que las obras de arte deben ser por lo menos cosas hechas por un
artista. Pero algunos escultores modernos, Tony Cragg, Bill Woodrow- cuyas
obras parten de objetos encontrados y basuras – o Carl André- con su ciento
veinticinco ladrillos refractarios, otra adquisición Tate Gallery – rápidamente
romperían la ilusión. El lector podría insistir en que, sea como fuere, esos
escultores han elegido los materiales que utilizan y los han distribuidos de
determinada manera, y que por lo tanto una obra de arte debe reflejar la
elección del artista, no puede ser
producto de la casualidad. Contra semejante afirmación podríamos blandir la
obra de dadaístas como Jean Arp- quién rompía papeles, los dejaba caer y luego
los pegaba a una superficie tal como habían caído – o Tristán Tzara – quién
creaba poemas a partir de frases arbitrarias que extraía a la zar de una
bolsa-.
Nuestro
interlocutor, presa de la desesperación, admitiría tal vez a regañadientes que
una obra de arte puede ser fruto del azar. Pero quizás insistiría en que por lo
menos, es algo hecho por un artista. El artista debe ser al agente. Craso
error. Desde 1990 la artista francesa Orlan ha atravesado una serie de
intervenciones quirúrgicas para reconstruir su cara de acuerdo con el criterio
de belleza femenina históricamente definida por los hombre, la boca de la
europea de Boucher, la frente de Mona Lisa, el mentón de la Venus de
Botticelli, y demás perlas. Las cirugías fueron trasmitidas en vivo a galerías
de arte de todo el mundo. También se podían comprar videos y reliquias de la
carne de Orlan desechadas durante la intervención. El acontecimiento artístico
se llamó “La reencarnación de Santa Orlan” y obviamente proclama que el artista
ya no es un agente sino una víctima pasiva.
Espero que el
lector no sospeche, llegado a este punto, que este libro va a degradarse en una
arenga contra las atrocidades del arte moderno, como las que publican los
diarios sensacionalistas cuando se anuncia la lista de candidatos al Premio
Turner cada año. De hecho este libro aspira a lo contrario. Cada vez que
escucho a alguien farfullar que tal o cual instalación resiente no es una obra
de arte, mi instinto me impulsa a preguntarle: “¿y usted como lo sabe? ¿Cuál es
su criterio? ¿de dónde saca sus convicciones?”. Admito que es mejor no formular
esta clase de pregunta dado que puede llevar a la violencia física… o cual
demuestra hasta qué extremo las personas toman a pecho cualquier crítica a su
gusto artístico, aunque el arte propiamente dicho les importa un bledo.
En esta misma
línea de razonamiento, quisiera referirme ahora a un resiente caso judicial. En
octubre de 2003 Aarón Barschak- el “comediante terrorista” que se coló en la
fiesta de cumpleaños número veinte uno del príncipe William- se presentó ante
los magistrados del tribunal de Oxford para responder al cargo de daño
criminal. El tribunal se enteró de que Barschak había interrumpido una charla
de Jake y Dinos Chapman en la Modern Art Gallery de Oxford. Los hermanos
Chapman estaban analizando su muestra The
Rape of Creativity | La violación de
la creatividad |: una serie de cabezas de personajes de historieta
superpuestas sobre una serie de aguafuertes de Goya Barschak, arrojó pintura
roja sobre las paredes de la galería sobre una de las obras de arte y sobre
Jake Chapman al giro de “¡Viva Goya!”. Adujo en su defensa que había creado su
propia obra de arte a partir del arte de otro- así como los hermanos Chapman
había adaptado a Goya- y que pretendía ponerla a competir por el Premio Turner.
El juez de distrito Brian Loosley lo declaró culpable, diciendo: “estamos ante
una grave ofensa de destrucción licenciosa de una obra de arte, por lo que
considerare una sentencia de custodia. Creo que esto ha sido una treta
publicitaria (…) incluso para los estándares modernos e incluso llevando la
imaginación al extremo de la incredulidad, esto no ha sido la creación de una
obra de arte”.
Confieso que
no tengo fe en el juez de distrito Brian Loosley como teórico de estética. No
me queda claro como hizo para deducir que la protesta de Barschak no era una
obra de arte, y que el invento de los hermanos Chapman si lo era. Es probable
que haya pensado que, dado que Barschak había cometido un delito, no podía
haber creado simultáneamente una obra de arte. Pero numerosos teóricos han
argumentado, por el contrario, que el arte y el crimen están íntimamente
ligados, dado que ambos protestan contra las normas sociales. Cuando arrojaron
contra el Parlamento francés en 1893, el dandy, anarquista y poete Laurent
Tailhade, amigo de Wilfred Owen, proclamó que las víctimas no tenían
importancia alguna siempre y cuando el gesto sea bello. Poco después obra bomba
lo privó del ojo derecho para gran divertimento de Paris. André Breton, líder
de los surrealistas, declaró que el acto surrealista más puro seria disparar un
revolver al azar contra una multitud. Cincuenta años después, el artista
californiano Chris Burden tomó sus dichos al pie de la letra y vació un
cargador de un revolver contra un avión de línea que despegaba del aeropuerto
de Los Ángeles, pero fallo. Si el juez de distrito Brian Loosley hubiera tenido
en cuenta estos antecedentes artísticos, quizás habría llegado a la conclusión
de que a Aarón Barschak era, por
comparación, mucho más ingenioso y absolutamente inofensivo. En cualquier caso,
no creo que los dichos del juez hayan contribuido descalificar la idea de
Barschak de estar creando su propia obra de arte.
La pregunta
“¿qué es una obra de arte?” es, por supuesto, una pregunta moderna. La
emancipación de la escena artística en el siglo XX y la perplejidad pública que
han provocado son las causas de su preeminencia. Hoy por hoy, las obras de arte
producen regularmente enojo o sensación de ridículo. Durante la mayor parte del
siglo XIX la situación fue por completo diferente. Entonces, como ahora los
teóricos se preguntaban cómo definir una obra de arte y es celebre el escándalo
que provocaron las pinturas impresionistas. Pero lo que no estaba en duda era
la clase de cosas- pintura, libros, esculturas, sinfonías- que abarcaría la
definición de obra de arte.
También
podría aducirse que la pregunta “¡Qué es una obra de arte?” no podría haber
sido formada antes de fines del siglo XVIII, por que hasta entonces no existían
las obras de arte. No quiero decir con esto que los objetos que hoy
consideramos obras de arte no existiesen antes de esa fecha. Por supuesto que
existían. Pero no eran considerados obras de arte en el sentido que hoy las
consideramos. Las mayorías de las sociedades preindustriales ni siquiera tenían
una palabra para designar el arte como concepto independiente, y el término
“obra de arte”- tal como lo usamos hoy-
hubiera desconcertado a todas las culturas anteriores, incluidas las
civilizaciones de Grecia y Roma y la de Europa Occidental durante el medioevo.
Estas culturas no encontrarían en sus experiencias nada comparable a los
valores y expectativas espaciales que le hemos endilgado al arte y que lo
convierten en una religión sostituta, ni el surguimineto de la aristrocracia
espiritual de los genios ni tampoco al campo propicio para la manifestación y
el desarrollo de un logro refinado y discriminatorio llamado gusto. Por el
contrario, en la mayoría de las sociedades que nos han precedido, el arte no
era producto, según parece de una casta especial- equivalente a “nuestros
artistas”- sino que estaba disperso por toda la comunidad. La ornamentación del cuerpo- mediante el uso
de pintura, tatuajes, amuletos y peinados- era una práctica artística universal
entre los primeros humanos. Lo mismo puede decirse de la danza, que algunos
consideran la forma más temprana de arte y que según parece, jamás a ha sido
una actividad exclusivamente humana. Los chimpancés machos adultos ejecutan una danza “ de la
lluvia en medio de los aguaceros torrenciales del trópico durante la cual
patean y golpean el suelo con las palmas de las manos. Pero en ninguno de estos
casos, que yo sepa, la actividad artística era tema de algo semejante a
nuestros estudios académicos, ni tampoco se le acordaba valor espiritual a algo
que requiriese una agilidad o habilidad fuera de lo común. La palabra
“estética” era desconocida hasta 1750, cuando Alexander Baumgarten la acuño, y
fue Kant en la Critica del juicio, quien
formulo por primera vez los que serían los postulados estéticos básicos de
occidente durante los siguiente 200 años…….”
Profesora Artes Plásticas: Guido Florencia
Comentarios
Publicar un comentario